Leyendas
Autóctonas de Nagarote. Heberto Guillermo Corea Guerrero
La Chirisa
Del Parque el genízaro una cuadra abajo, en la esquina
Suroeste, vivía don Roberto Estrada, este señor era propietario de una finca en
la costa de la playa, denominada la Chirisa, todas las madrugadas, a eso de las
cuatro de la madrugada, don Roberto hacia viaje hacia su finca montado en su
caballo Blanco andaluz, un caballo cuarto de milla, el trote del caballo era
muy elegante y las presteza de su montador, lo hacía ver más elegante todavía,
en su trayecto saludaba a todo persona que se encontraba, muy querido don
Roberto por su amabilidad con sus semejantes, una pistola al cinto no le
faltaba, una 38 Smith Weston que la usaba cada vez que en el camino le daba
algún recelo, ya sea de algún animal o persona que divisaba escondida, su
disparo era al aire, para asustar o prevenir cualquier mal intención. Un día de
tantos, un desalmado le cortó la cabeza camino a su finca y, además mató su
caballo, su entierro fue y ha sido uno de los más concurridos en Nagarote hecho
acaecido en los años 1935. A partir del día siguiente de ese hecho, se
escuchaba todas las madrugadas sobre la calle que hacia su viaje don Roberto,
el trotar de su caballo, no había vecino que viviera en dicha calle que no
hubiese oído el trotar del caballo y suponían que iba montado don Roberto; nadie
se atrevía a sacar la cabeza a la calle, por temor a quedar mudo al momento de
ver a don Roberto y su caballo en su viaje hacia la Chirisa. Ese fue el nombre
con que nuestro pueblo identificó esa leyenda “La Chirisa”. Hubo muchas
personas que juraron haber visto pasar el espanto de la Chirisa, vestido de
saco oscuro montado en su caballo blanco. Don Roberto hacia su viaje saliendo
de su casa hacia la estación, luego hacia la izquierda a orillas de los rieles
del Tren hasta llegar a la Curva, luego hacia el Norte donde tomaba el camino
hacia el rio el Obraje, hasta llegar a su finca ahora conocida como el Recreo.
(Los de mayor edad todavía le llaman “La Chirisa” .
La Mona Chinga.
Heberto Guillermo Corea Guerrero
Una señora conocida como la María sin tripa, a sus
sesenta años, era una solterona, había sido engañada por un fulano, de esos que
se la dan de guapos, jaló con el tipo quince años, y cuando se estaba
decidiendo a casar, el tipo se llevó de huida a una vecina de la María. La
María no tubo vida para otro galán se encerró, sólo la miraban en el patio de
su casa barriendo o haciendo quehaceres del hogar, así pasaron treinta años de
ese episodio, se le murieron sus padres y quedo sola en su rancho, a nadie le
hablaba, caminaba cabizbajo y aprisa, apenada, con temor a que se burlaran de
ella. Fue una noche, de esas noches oscuras de los años veinte, donde la luna
sale durante el día y bajo un torrencial aguacero, que se oyeron los gritos de
Lázaro Pérez Patacón, hombre de muchas mujeres, aprovechaba las noches oscuras
para saltar de petate en petate. Eran a eso de las dos de la madrugada, al oír
los gritos desesperados de un hombre, varios vecinos que vivían en los
alrededores de la Iglesia, se salieron a sus patios, ya en el patio, los cuales
en esa época se separaban con piñuelas o cardones, entre ellos se llamaban…..
Vos so Pedro, si hombre, oíste los gritos, pobrecito son gritos desesperados y
vienen de la calle del estanco, nos asomamos le dijo Lencho a Pedro, los
hombres salieron a la calle y vieron hacia de donde venían los grito; cada uno
llevaba un garrote en su mano, de pronto vieron saltar sobre el tejada de la
casa esquinera una sombra, una Mona le gritó Lencho a Pedro, corrieron hacia
donde estaba el hombre gritando, este no podía detener sus gritos, gritaba de
forma eufórica y hacía ademanes de quitarse algo de su cuerpo; Pedro y Lencho
lo tomaron de los brazos, vieron su rostro aruñado, su ropa desgarrada, lo
reconoces decía Pedro, si, es Lázaro Pérez, esta jugado de mona, este ya no
vuelve en sí, llevémoslo a su casa.
Lázaro en su locura quedo diciendo: “ahí viene la Mona
Chinga y quería que la besara”. Este Lázaro no fue el único al que le salió la
Mona Chinga, durante quince años, la Mona salía cada noche oscura y, eso
sucedía una vez al mes, aunque era impredecible ese día, podía ser cualquier
día del mes, fue hasta el día que enterraron a la María sin tripas cuando la
Mona no volvió a salir. La población desde en vida de la María le achacaban que
era ella la que se convertía en Mona. Su rito era: Rodeada de candelas de cebo
encendidas, ella en el centro con un puro en su boca decía. Adonay Lucifu,
Lucifuego, abajo la carne y que crezcan los pelos, entraba en trance en el
momento de la conversión a Mona. Luego de jugar a un hombre, se introducía en
el monte y ahí se quedaba dormida hasta el amanecer que le pasaba la conjura,
luego por veredas llegaba a su casa en la madrugada. Muchos vecinos la miraban
llegar toda sucia.
me gusta mucho el trabajo que hace de recopilar las leyendas de nagarote es exelente
ResponderEliminar