RUTINA LABORAL DEL CAMPESINO. Heberto Guillermo Corea Guerrero
De tez café oscura, brazos
curtidos por la luz solar, capaz de quebrar una rama con los dedos de su mano.
Se levanta con la aurora a las tres de la madrugada, llena su calabazo de agua,
toma el machete y su molejón, afila el machete y lo inserta en su vaina de
cuero que se regaló en Diciembre. Su morral está listo, frijoles con tortillas,
en un bote lleva pinol seco revuelto con azúcar. Canta su gallo colorado, es la
hora de partir. Sale a la calle vuelve a ver a todos lados no divisa a nadie;
hace un esfuerzo al esfínter, este abre empujado por el aire y resulta un
estruendo madrugador que relaja su cuerpo. Toma el camino a la hacienda, se
topa con los enrejadores que ya traen la leche al pueblo en carreta, alcanza a
los campistas y a otros socoladores, entre ellos al puntero. Llegan directo al lugar donde dejaron la
ronda avanzada, colocan sus alforjas y calabazos en los árboles que hacen de
cerca, el puntero vuelve a ver su reloj, lo guarda en la ropa que se cambió,
todos se cambian de camisa, se colocan una camisa manga larga, el puntero da la
orden de inicio de la socola del surco que hará de ronda, este año debe de
tener un metro de ancho. Los socoladores inician su tarea a las cuatro de la
madrugada, a esa hora los machetes no perdonan culebras durmiendo. Sólo se
escucha, esta pendeja es grande, tírala al cerco, después la pelamos. Así pasan
cuatro horas agachados socolando. Las ocho de la mañana, hora del desayuno; en
quince minutos, deben de desayunar, cada socolador toma su alforja y su calabazo,
saca su morral, e inicia a tragar sus frijoles, toma agua, para no trabarse,
ellos nunca se comen toda la comida,
dejan para el almuerzo por si acaso, se enjuagan la boca, eructan y, buscan su
lugar. Ese día deben de hacer quinientos metros de ronda. A las diez de la
mañana suspenden el trabajo, ya el sol calienta y ya tienen sus seis horas
laborales obligatorias. Buscan sus alforjas y concluyen su comida, se sientan a
platicar, a las diez y media deben de estar en la casa hacienda, llegan con su
machete bajo el brazo. Van al pozo, ahí llega el mandador de la hacienda y éste
es el que decide si se van o se quedan, normalmente se van para su casa.
Totalmente agotado, con el cuerpo sucio, sudado, los brazos ejercitados con
mayor fuerza por la práctica diaria deciden hacer el viaje de regreso. Llega a
su casa, busca su hamaca para dormitar un poco, la mujer le dice: acuérdate que
tienes que reparar el horno y debes de curar el caballo, tiene mucho gusano.
Déjame dormir una hora después del almuerzo hago eso. Descansa dos horas,
almuerza frijoles con arroz, mejora el horno, cura el caballo, llegan las siete
de la noche, busca la cama, duerme y levanta la cobija de su mujer a las dos y media
de la madrugada, se baña, llena la calabazo, prepara su morral, afila su
machete, toma su alforja, espera que su gallo cante y, de nuevo otro día.
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