POBRE DE MI EN SOLEDAD.
Heberto Guillermo
Corea Guerrero. Septiembre 20016
Caminé, caminé y, caminé, en ese
caminar recogía un palo como para defenderme, otras veces recogía una piedra,
me sentía mejor con un garrote semi pesado, en ese caminar no encontraba a
ninguna persona, el camino era solitario, si veía cruzar el camino por animales
rastreros, me detenía hasta que ellos alcanzaban la orilla del camino, luego
continuaba caminando, pasaban los días y, cada noche me detenía y dormía
arrebujado sobre monte que cortaba y lo colocaba a orillas del camino, así pasó
el tiempo, no sé cuánto, quizás un mes o unos seis meses, lo importante para
mí, fue cuando llegue a un pueblito de casas pajizas, donde niños jugaban en la
calle, y los mayores sentados en horcones conversando y cuidando a sus niños,
yo pasé y no se dieron cuenta de mi presencia, me detuve volví a ver a los
mayores y nada, ni me volvían a ver. Chocho me dije a mi mismo, será que morí y
soy un alma en pena, tomé una piedra pequeña y le lance donde jugaban los
niños, ni cuenta se dieron del llamado de atención que hacía con ellos. Voltee
a ver detrás de mí y vi una ermita con una cruz de madera enorme colocada a
orillas de su entrada principal, me dirigí hacia la entrada de la ermita, al
llegar al dintel de la puerta me detuve, de frente estaba el altar cubierto de
flores, a orillas del altar divise a una señora que me hacía señas con la mano
derecha para que entrara, le hice caso y me dirige hacia la señora, al llegar
cerca de ella, me extendió su mano, se la tomé y, me llevo detrás del altar,
ahí me señaló una sotana blanca, la cual tenía un cordón café en su centro, me
dijo que me la pusiera, yo la tomé, y me puse la sotana, una vez puesta y
amarrado su cordón, me tomó de la mano y me colocó en la entrada de la ermita,
en ese momento, todos los niños y los mayores que estaban afuera, los cuales ya
había visto, pero ellos a mí, no me determinaron, corrieron alegres hacia la
ermita a saludarme, los niños me tomaban de la mano y se la ponían en su
cabecita y, los mayores me tomaban la mano y se la llevaban a su boca para
besármela, ese instante fue una algarabía, volví a ver a la señora que me había
vestido, para preguntarle con la mirada que hacía, ya no estaba, volví a ver
hacia el altar y logré verla diciéndome adiós, no tuve más que; echarles la bendición con la mano derecha
haciendo la señal de la cruz y a la vez diciéndoles, llegué cansado voy a tomar
un descanso, quise cerrar la puerta de la ermita pero no tenía puerta, continué
caminando hacia detrás del altar y, precisamente en ese lugar había una camita
pequeña, con su sabanas limpias, su almohada, y en su orilla una silla de
madera con un vaso de agua limpia, tomé el vaso de agua y me la bebí, me senté
en la cama, luego puse la cabeza en la almohada, cuando me di cuenta estaba
amaneciendo otro día, asustado me suspendí de la cama, salí a la puerta de la
ermita en el preciso momento que se me acerca una joven de unos treinta años,
yo tenía quizás veintiocho años para esa fecha, la joven traía una ropa en sus
manos con mucho cuidado, se me acerco y me dijo, padre, soy la encargada de
lavarle sus vestimentas y, precisamente le traigo la sotana que se utiliza para
dar misa los jueves a las cinco de la mañana. Padre vengo a las cuatro porque
yo le voy a mostrar su baño y su retrete, por favor sígame, la seguí detrás del
altar, ella volvió a ver la cama, se acercó y arreglo las sabanas, acomodó las
almohadas, luego me dijo por favor quítese la ropa, le hice caso, y me quité la
ropa, me tomó de la mano y me señaló una pila de piedra llena de agua, me
acerqué a la pila, ella tomó una pana, tomo agua con la pana y con sus manos me
untó el agua en el cuerpo, y me dijo, de esta manera no la causará tanto frio,
luego tomo un jabón y me enjabonó el cuerpo, yo pensé que no me tocaría mis
partes íntimas y, la enjabonó sin ningún recato, claro yo no pude detener la
erección, y en ese instante me dijo, que bueno que fue Dios con usted, en el
momento que ella se desvestía, quedó como vino al mundo frente a mí, yo le
dije, cuidado que puede venir alguien, a lo que me respondió, aquí sólo
ingresan mujeres y ninguna se atrevería ingresar por que no le toca a ella el
día del baño. La cercanía ante tanta hermosura y como no me había dado tiempo
en decirle que yo no era sacerdote, le tomó su rostro, la bese suavecito, en el
instante que ella se empinó y cuando yo sentí, había penetrado en su intimidad,
a ella se le erizo todo el cuerpo y lanzo un gemido que me emociono tanto que
la chinee y me la lleve a la cama, ahí hicimos alarde de nuestra juventud, ella
cansada, me dijo, ya está bien, ahora hay que mudarnos y prepararse para oír
misa, se levantó se puso su ropa, y yo me coloque la sotana sobre mi cuerpo sin
nada de ropa interior porque no tenía, ella se sonrió y me dijo, sobre la mesa
del altar está el misal, busque la fecha 23 día jueves, día del santísimo
sacramento del altar, yo me iré a sentar en la primera banca, de pronto me
observó y me dijo. Usted sabe leer verdad. Si le dije, pues entonces salga
después de mí, que la iglesia está llena e ingéniesela, que sólo yo y usted
sabemos la verdad. La joven con la cabeza cabizbaja salió hacia las bancas, yo
la seguí me acerque a la mesa del altar, abrí el misal, y se me vino a la mente
los conocimientos generales de las misas que yo había asistido. Pidamos perdón
por nuestros pecados, junté mis manos y me la lleve a la altura de la boca,
viendo el misal encuentro la oración completa,….Yo confieso ante vos padre todo
poderoso…y leyendo concluí la misa… Podéis marchar en paz, en el nombre del
padre del hijo… En ese instante me dije, ni las puertas del infierno voy a
tocar. Di la vuelta e ingrese a mi cuarto, de pronto llega la joven y me dice,
padre tiene que dirigirse a la puerta a despedir a la feligresía, salgo rápido
y noto que nadie se había levantado de su banca, llego a la puerta y comienzan
en orden a salir veintidós feligreses, diez mujeres, tres hombres y nueve
niños. A todos les hacia la señal de la cruz en su frente, la última fue la
joven, a la cual todavía no le sabia el nombre y le pedí en vos alta, si se
podía quedar unos minutos, ella accedió con una sonrisa, llamó a un hombre y le
pidió consentimiento, el hombre me volvió a ver y con una sonrisa le dijo,
invítalo a almorzar hoy. Nos fuimos detrás del altar y al llegar a la camita,
la abrace, la bese, y volvimos a hacer el amor, ese fue mejor que el primero. Ella
me dijo creo que es necesario que nos presentemos, me llaman Carolina López, yo
me llamo Guillermo Corea, veintiocho años y vengo de un pueblo que se llama
Nagrando. Guillermo me dijo ella, sabes en qué lugar estás, no, no lo sé, pues
estás en Rota. Aquí Guillermo con dificultad llega el viento, por lo que tu
llegada es para nosotras las mujeres vida nueva, nos da alegría inmensa, nos da
eternidad, nos alboroza el pulpito sagrado, nos calienta como el sol en el mes
de abril, bien Carolina, le dije, pero yo no voy a recibir a las otras nueve
mujeres en los siguientes días, mira Guillermo, tienes que hacerlo, ellas no
saben nada de ti, yo soy la que les llevaré información. Ellas están esperando
ansiosas su día de atención, además ya saben que día le toca a cada quién. Hay
Dios que hago, me lamenté, a lo que Carolina entre dientes espetó, lo que me
hiciste a mí. Espérate y si les cuentas que me cortaron el bastón. Ah acaso no
te van a bañar, como, es que cada una de ellas me va a venir a bañar. Esto del
baño no lo saben los maridos, sólo nosotras, es nuestro secreto. Mira Guillermo
cálmate y escucha, yo soy la más fea del grupo, tú como me miras. Como vas a
hacer la más fea, si eres una mujer hermosísima, tu cara es muy fina, tu cuerpo
es de bailarina de ballet, desnuda eres impactante. Entonces date cuenta como
serán las demás, yo sé que vas a gozar estos nueve días, ellas sólo vendrán por
la mañana, pero yo estaré todos los días y, me debes de atender cada vez que
esté aquí. Hay no Carolina, porque mejor, nos vamos los dos juntos hacia
cualquier lugar, huyamos, busquemos donde hacer nuestra vida. No ahora soy yo
quien te exige que les hagas el amor a las otras ocho mujeres, después de la
última, nos vamos a vivir el mundo nuestro, está bien. Trato Hecho. El viernes llego a las tres de la mañana
Genoveva, un precioso pichoncito de veinte años, con sus pechitos juveniles,
pequeñitos pero muy bien hechos. La verdad que fue un ramillete de lindas
hembras las que desfilaron por la madrugada detrás del altar mayor de la ermita
de Rota. El sábado que se cumplió la rotación de las nueve ayudantes de sacristía,
le dije a Carolina, hoy no vamos de aquí, porque Genoveva me dejó pispireco y
no aguanto segunda pasada con ella, cállate, que ella me dijo lo mismo de vos,
quedo encantada de la navaja que tenés y, me pidió si me hacía el día mañana, y
tú que le dijiste. No le respondí y di la vuelta, aquí estoy, lista para que
huyamos de este vecindario. Carolina y si huimos los tres, estás loco, no te la
queras dar de vivo. Confórmate con esta dulce Carol.
A las seis de la mañana desperté
asustado, estiré mi brazo hacia la otra almohada y estaba vacía, me di cuenta
que estaba sólo, y que había tenido otra pesadilla. Pobre de mí en soledad.
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