Relatos
Indígenas: Los duendes de Sayulapa.
Heberto Guillermo
Corea Guerrero
Los recuerdos de nuestros antepasados se
sustentan en relatos de nuestro pueblo, y esos relatos son y serán la vivencia
práctica de la vida de nuestros indígenas, campesinos, obreros y profesionales,
nadie anda escribiendo esa vivencia diaria, se seguirá trasmitiendo por medios
de relatos, lo que se escribe son las leyes, las odenanzas, las cuales reflejan
acciones de un momento determinado, son muy importantes porque de ellas
extraemos parte de nuestra historia.
En los años del Dios viento, antes de
conocer a nuestro señor Jesucristo, nuestra comunidad vivía dispersa,
únicamente cuando el indio salía de caza o de pesca convivía con otros indios,
es en ese momento en que conversaban sobre el lugar de concentración de los
grupos indígenas para sus actividades religiosas, así se daban cuenta de que la
posa de Sayulapa, que se formaba de un riachuelo del mismo nombre que se
originaba de las cerros cercanos (hoy de boquerón) la utilizaban todos los
grupos indígenas para el rito del matrimonio. Cuenta un relato que los indios
Matiarí eran pequeñitos y, que siempre caminaban en grupos de siete, estos
indios pequeñitos se consideraban los responsables del cuido de la posa de
sayulapa, de forma permanente limpiaban las vertientes y las nuevas las
dirigían hacia la posa formándoles el caminito con piedras muy finas, cuando
les agarraba la noche en casería o pesca, construían una cuevas para dormitar.
La posa les sustentaba del agua limpia y cristalina para purificar su alma,
además ellos eran testigos permanentes de los ritos matrimoniales que se
realizaban en la posa por parte de los grupos indígenas y cada vez que la posa
se teñía de rojo, para ellos era vida y fortaleza, por lo que inmediatamente
que concluía el rito, ellos se apoderaban de la posa para chapalear en ella,
saciarse de agua enrojecida. La joven que había sido objeto del rito del
matrimonio, se embelesaba al ver a aquellos pequeñitos que no le tenían asco a
su sangre y les sonreía graciosamente, uno de los pequeñitos indios le saludaba
inclinándole la cabeza, este saludador era escogido para esa joven por el jefe
del grupo. La joven durante su viaje de regreso a su choza a continuar con el
rito, iba nerviosa pero alegre, dicha alegría se le marcaba más en el rostro en
los momentos que el pequeñito saludador le salía entre los matorrales
sonriéndole durante todo su viaje, y
como estos su vestimenta era desnuda al pequeñito se le notaba que había sido
flechado por la joven y cada vez que le salía por entre los matorrales a la
joven, ésta le miraba el chischil erecto y hasta que se le paraban los pelos de
punta al ver el tamaño de dicho elemento corporal. Por la noche cuando la joven
concluía su rito se iba a acostar nerviosa, sudorosa, con deseo de conocer a su
marido muy pronto, pero al llegar al tapesco donde dormía divisaba al pequeñito
sonriéndole debajo del tapesco siempre con el chischil levantado, ella volvía a
ver a todos lados, recordaba que ya la virginidad la había demostrado en la
posa, levantaba al pequeñito lo subía al tapesco y chas…..Al día siguiente
amanecía contando que había soñado con unos duendecillos que la llenaban de
flores blanca todo el cuerpo y que le hacían cosquillas sabrosas en los píes,
la cabeza, la cara. Esa fue una tradición en todas las indígenas que se estaban
preparando para el matrimonio, esperar en tener la experiencia de los
duendecillos. Lo cierto de todo esto, es que nacieron muchos indígenas
chiquitos por todo el territorio Nagrandano, gracias a los duendes de Sayulapa.
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